jueves, 27 de septiembre de 2012

La sonrisa de un preso


Gris. Azul quizá, pero un azul apagado, frío. Muerto, si es que se puede definir así un color. Era lo que respondía Lup si le preguntaban por el color del mundo. "¿Qué color?" Pensaba en realidad. Pero eso sonaba más depresivo aún, y, aunque tenía claro que no iba a sonreir si su sonrisa no afloraba, tampoco tenía la intención de dar pena a nadie. Se puso el abrigo y se fue.

No había pasado ni una semana. Cuatro o cinco días, quizá. Y su desorden aumentaba. ¿Por qué? Se suponía que el desorden de su cabeza venía de fuente externa, ¿no? Pensaba demasiado, sin duda, y, sin embargo, se alegraba de ello. A veces sonreía. Sonrisa nostálgica, irónica en ocasiones. La sonrisa de un preso. Pero él era libre (¿libre?) de caminar por la calle, de estar con quien quisiera, de hacer cualquier cosa. Y ahí se hallaba, como absorto, preso en sí mismo, sentado en el alféizar de su ventana, solo, haciendo nada.
Todo esto le hacía pensar, que quizá había dado demasiada importancia a cosas que no la tenían. Que quizá... el problema era él. Que quizá... ninguna de las conclusiones que había sacado hasta ahora eran válidas. Que quizá.
Sentirse en un lugar que no es el tuyo, pero no querer buscarlo. Hallarse en una continua cárcel mental y no luchar por la libertad.
Creer que todo cambia mientras no hay diferencia alguna.
Saltar. Y, pese a todo, sonrió a la vida como quien llama hijo puta a un colega. Se puso el abrigo y se fue.

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